Unos libros de
tapas amarillas les permitió a más de tres generaciones de argentinos ingresar
al mundo de la lectura, de las buenas historias y de apasionantes aventuras,
amores y misterios. Los libros de la colección Robin Hood fue
creada en 1941 por Modesto Ederra, director de la editorial ACME Agency,
ubicada en el barrio porteño de Barracas. Fue una de las colecciones de libros
más importantes de la Argentina que se publicó ininterrumpidamente hasta 1992,
ilustrados por el dibujante Pablo Pereyra, quien también trabajó en las
revistas Hora Cero y Frontera que editaba Héctor Oesterheld, creador de El
Eternauta.
La versión original de esta colección se conformó con 226
novelas de destacados autores como Louise May Alcott, Emilio
Salgari, Jack London, Julio Verne, Mark Twain, Joseph Conrad, Herman Melville,
Robert Louis Stevenson, entre muchos más. Entre los primeros volúmenes se
destacaban las novelas de Louisa May Alcott como “Mujecitas”, “Los
muchachos de Jo”, “Ocho primos”; Los caballeros del Rey Arturo” y “Las
aventuras de Marco Polo”. Posteriormente se fueron agregando series como las
de "Bomba", un niño de la selva con aventuras al estilo de
Tarzán, escritas por Roy Rockwood; las de El Principe Valiente de
Harold Foster, las hisotrias de piratas (Sandokan, Los tigres de la
Malasia, Los misterios de la jungla negra) de Emilio Salgari, las Aventuras
de Tom Sawyer de Mark Twain… Pero además de títulos extranjeros, la
colección incluyó títulos de autores locales como Juvenilla de Miguel
Cané.
Para el escritor y periodista Juan Sasturain, el formato, la
tapa dura con sobrecubierta, el amarillo fuerte característico, la cómoda
tipografía y especialmente los dibujos grandes de las portadas “hicieron la
diferencia respecto de todo lo que había hasta entonces para chicos y jóvenes”.
Tanta fue su importancia que los libros de Robin Hood
tuvieron lectores en toda América Latina y también en España.
En los años ’60 no había biblioteca escolar sin que en sus
estantes sobresaliera esa hilera amarilla de la colección Robin Hood. En 1992,
después de cinco décadas de llenar las bibliotecas de las clases medias
argentina, la colección fue cancelada. Sin embargo, hubo dos “resurrecciones”.
En 1998 salió una versión de lujo en la que se reeditaron 40 títulos
pero con tapa blanda y en 2011 el diario Clarín llevó adelante un relanzamiento
pero con sólo 15 títulos y con las ilustraciones originales.
En 2017 el periodista Carlos Abraham publicó “La
editorial Acme: El sabor de la aventura” en el que ofrece un recorrido por
la trayectoria de esta editorial analizando sus numerosas colecciones de libros
y revistas, incluyendo entrevistas a sus responsables. Porque no sólo Acme
publicó la colección Robin Hood, también en sus talleres gráficos de la calle
Santa Magdalena al 600 se editó Rastros con historias del género policial y la
revista de ciencia ficción Pistas del Espacio, entre otras.Sin duda estos
libros que publicó Ederra, quien murió en diciembre de 2004 a los 102 años, ha
sido la colección juvenil más importante que se haya publicado en la Argentina
y que perdura en la memoria de innumerables lectores.
“Esa colección democratizaba el acceso de miles de vidas y
viajes e historias en la mano de quien no podía”, explicó a LMNeuquén la
escritora y docente neuquina Carina Rita Medina al recordar aquellos libros que
la bibliotecaria de la Escuela 2 de Neuquén le prestaba porque en su casa ni en
la de sus vecinos había libros y mucho menos una biblioteca. “Los viernes
me llevaba diez libros a casa, Mujercitas, Los muchachos de Jo, Hombrecitos de
Louisa May Alcott, La cabaña del Tío Tom, que me hacía llorar y eso me
encantaba”.
Para la astróloga Cristina Navarro Barach esos libros
fueron un contacto “profundo” con la aventura, la naturaleza y las
fantasías. Esa misma fascinación le generaba a Santiago Nogueira, actualmente
delegado de INADI en Neuquén, porque a través de la lectura “sentía que
vivía grandes aventuras” que luego intentaba reproducir en sus juegos
infantiles sobre todo los de Emilio Salgari y Julio Verne.
En su casa de Balsa Las Perlas, Juanse Villareal aún conserva
ejemplares de “La isla del tesoro” de Robert Stevenson, Las aventuras de Tom
Sawyer. “Con Robin Hood descubrí la literatura de
aventuras más allá de Julio Verne. Entre los 7 y los 13 años me leí todo,
recuerdo especialmente Colmillo Blanco de Jack London, El último mohicano de
Cooper y El Corsario Negro de Salgari”, comentó.
Todos coinciden que esos libros fueron la base del amor por
la lectura por eso muchos de los consultados señalaron que esos
ejemplares fueron pasados a sus hijos, sobrinos, nietos. “Me hicieron
viajar a lugares diferentes y lograron también que viajar se convirtiera en uno
de mis objetivos a futuro”, explicó la docente Graciela Acuña. “Ocuparon gran
parte de las horas de mi infancia e hicieron que yo, una nena que paseaba por
una ciudad tan grande como Buenos Aires, cerrara los ojos y corriera por las
montañas suizas, alimentara cabras y respirara el heno que jamás tuve cerca”.
Analia Contini accedió a estos libros luego de que una amiga
que tenía la colección completa se los pasaba cuando terminaba de leerlos.
“Viajamos, nos emocionamos, luchamos, amamos, en fin alimentó la creatividad y
la fantasia”, comentó. “Qué no decir de Mujercitas y Señoritas, pasando por el
desparpajo de Jo a la ternura de Beth”. La nadadora Cristina Ganem contó que
junto a sus hermanos se inició en la lectura con aquellos libros
"heredados de una tía".
En la casa de la infancia de Nora Díaz, los libros de Robin
Hood se compartían con los de la colección Billiken, de tapa roja. Fueron sus
primeros contactos con la lectura cuando tenía ocho años. “No teníamos compu,
en la tele veía La luna de Canela, así que la lectura era una muy buena
opción. Por eso amé Papaíto piernas largas de Jean Webster, Bajo las lilas
y Mujercitas de Louisa May Alcott, y Heidi”, explicó la economista y docente de
la Universidad Nacional del Comahue.
A pesar de haber leído en su adolescencia toda la colección,
Santiago Rosa confesó que los que más le quedaron en su memoria son los de
Julio Verne, “Viajé a la luna con sus personajes, di la Vuelta al mundo en 80
días y me sumergí 20.000 leguas hacia el fondo del mar”, describió. “Esos
fabulosos tomos amarillos intercalados de dibujos y tapas tipo afiche de cine
me formaron temprano como lector”, explicó.
El poeta Ricardo Costa confesó que “mucho de la realidad que
he ido reconfigurando a lo largo de los años se lo debo a los mundos posibles
que pude construir a través de aquellas lecturas”. “Qué maravilla volar a
través de las palabras en una alfombra mágica o viajar 20.000 leguas bajo el
mar, o ser partícipe de un asalto pirata en el Océano Indico, en aquellas
siestas forzadas de verano o en reposos obligados por el sarampión”, agregó.
La colección Robin Hood fue para aquel pibe Alejandro Flynn
lo que le marcó su oficio de librero. “Esa colección es hoy una referencia
del corazón y la memoria para muchas y muchos de nosotros”, afirmó. Contó lo
que sentía aquel pibe después de jugar a la pelota y andar en bicicleta y
dejarse llevar por esas lecturas: “temía que alguna noche llegara ‘El último Mohicano’
a atacarlo con su hacha feroz, o se reía con Tom Saywer y su amigo Huck Finn,
dejando atrás a las tías protectoras y a la odiada escuela. Así iba uno, de la
ansiedad a la admiración profunda, en mi caso hacia el amado Sandokán y su
inseparable amigo Yañez en sus peleas por la libertad contra el león imperial
inglés. Por esos estantes asomaban ‘Bomba’ y ‘Tarzán’ más aquellos
‘Hombrecitos’ que en las manos de las chicas pasaban a ser ‘Mujercitas’”.
Noticia de: LMNEUQUEN